INNOVACIÓN VERTICAL MEXICANA

La verticalidad está a prueba, los nuevos tiempos de gestión obligarían a replantear su permanencia. El desarrollo vertical en las principales ciudades del país está entrando en una nueva etapa: de expansión en muchos casos, y de expectativa y moderación en otros como la Ciudad de México (CDMX).

Es tan relevante que el último ciclo inmobiliario no se podría entender sin los usos mixtos, pero tampoco sin el crecimiento en lo alto. Sin embargo, una serie de factores están determinando una etapa distinta para esta combinación de elementos.

El primero indudablemente es la mayor participación ciudadana en la autorización de licencias, además de lo que en materia de gestión representará el aval de grupos multidisciplinarios.

No menos importante es la determinación de autoridades de moderar las grandes obras, para tener una política responsable que considere procesos de planeación urbana de largo plazo que generen soluciones para la vida de las ciudades y sus habitantes.

La última década ha sido excepcionalmente interesante respecto a la integración de grandes firmas de arquitectos globales que han consolidado un derroche de talento. Nos referimos a las propuestas de Zaha Hadid, Tadeo Ando, Cesar Pelli, Norman Foster y lo que internacionalmente han conseguido arquitectos mexicanos como Teodoro González de León, Ricardo Legorreta, Enrique Norten y de manera destacada en estos días, Benjamin Romano.

Éste último, logró lo que muchos preveían con su presea de la octava edición del International High Rise Award (IHA) entregado en Frankfurt, al ser reconocida Torre Reforma como el rascacielos número uno en el mundo.

Esas son las facetas que ha dejado el desarrollo vertical, ese por el que aún apuestan desarrolladores con proyectos como las Torre Mítikah, Reforma Colón o Reforma 432.

Su sana evolución permitirá construir los tiempos por venir en el real estate mexicano.

Artículo publicado en El Financiero/Bloomberg.